dimarts, 12 de febrer del 2013

Es la gobernanza, estúpido!

Alemania tiene tanto miedo a la inflación que está dispuesta incluso a soportar un 26% de paro durante años si fuera menester... en España. O en Italia. Nos han fastidiado. Olvídense: el problema al que nos enfrentamos no tiene nada que ver con la deuda soberana, con los bancos depredadores ni con la burbuja inmobiliaria. Es un problema de gobernanza. ¿Alguien duda acaso de que si el paro catastrófico lo tuviera Alemania la zona euro estaría haciendo unas políticas completamente distintas? Yo estoy seguro de que  tendríamos un New Deal a la Europea desde el minuto uno del hundimiento del mercado laboral y estoy convencido de que cualquier otro economista sincero les dirá lo mismo, incluso aunque él esté ideológicamente en contra de hacerlo.

Es fácil ser riguroso y estar tercamente equivocado cuando el precio lo tienen que pagar otros. El problema aquí es que los países en apuros han cedido los instrumentos monetarios a Europa y han renunciado a los instrumentos fiscales mediante los pactos europeos de estabilidad -en el caso de España incluso haciendo una reforma exprés de la constitución para refrendarlo-, en resumen, han cedido su soberanía económica a Europa, y no disponen de absolutamente ningún instrumento con el impacto suficiente para corregir la situación. La democracia española, si alguna vez la hubo, queda vacía de contenido cuando la soberanía que importa a los ciudadanos -la que debe actuar de inmediato y con contundencia contra la tragedia que está costando vidas- no depende para nada de sus votos.
La mal llamada devaluación interna, la "solución" que parecen estar aplicándonos, no nos sirve por muchos motivos: primero porque, a diferencia de una devaluación de la moneda, aquella es asimétrica y desigual, fomentando que los que se encuentran en posiciones negociadoras débiles dentro de la economía pierdan mucho, mientras otros en posiciones de poder incluso ganen con ella, es decir, no es neutral. Segundo porque en el proceso se desmantela un Estado del Bienestar que, aunque imperfecto en nuestro caso, es el modelo de relativa igualdad y seguridad de que nos habíamos dotado: se destruyen la sanidad y la educación pública. Tercero y aún más importante porque es demasiado lenta. A los parados de ahora, a los que están viviendo la tragedia de los desahucios, a los jóvenes licenciados en paro, a los parados de larga duración, a las familias sin ingresos, no les sirven las soluciones para el 2018. De hecho, en realidad, la devaluación interna no es ninguna solución, no es ninguna política, es la simple constatación de que estamos tan mal que los salarios reales caen y, eventualmente, llegarán a un nivel tal que hagan a nuestro país, de nuevo, competitivo por el mecanismo de los precios. Pero ¿cuándo habrán caído tanto para volvernos competitivos en el mercado global? ¿Y cuánto tendrán que caer para eso? España no debe aspirar a competir por el argumento de los precios sino de la calidad, y puede hacerlo porque cuenta con muchos jóvenes muy bien formados. Quizá por eso Alemania se hace la tonta y nos castiga: porque así nos envía a segunda división y elimina un potencial competidor.

En rigor los países del Sur sí disponen de un último instrumento: pueden abandonar el euro o amenazar con hacerlo si Europa no se toma en serio de una vez un 26% de paro. Y aquí tenemos un segundo problema de gobernanza: cualquier gobierno legítimo que responda ante unos votantes informados ya se habría plantado en Bruselas y habría hecho temblar las mesas. Pero nuestros gobiernos están captados cognitivamente por el Consenso de Washington y la ortodoxia neoliberal y creen, gracias al sistema de bipartidismo profundamente antidemocrático que nos impusieron en la transición, que su posición es segura, que pueden simplemente alternarse hasta que algún día la crisis se acabe sola.
El presidente del BCE y el ministro de economía español divirtiéndose
Que varios países importantes como España e Italia, junto con algunos otros como Grecia, Portugal e Irlanda abandonaran el euro o amenazaran con hacerlo quizá sería una tragedia, pero lo sería para el euro. Para los países salientes sería una oportunidad de recuperar los instrumentos de política económica que necesitan para salir por sí mismos y la posibilidad de devaluar sus monedas y ahorrarse la sangría de la devaluación interna, de modo que las pérdidas derivadas de la salida de la moneda común quedarían compensadas con creces. De hecho, no está nada claro que hubiera ninguna pérdida significativa: los países de la unión que no entraron en el euro (Dinamarca, Suecia e incluso los países del Este de Europa que no cumplían los criterios de convergencia) lo están haciendo mucho mejor que los que sí y los que tienen problemas, como el Reino Unido, es porque también han comprado las ideas de austeridad. La tragedia sería para el euro en términos de prestigio político, de enorme lío jurídico y de influencia económica.

En conclusión, el problema es de gobernanza: los incentivos de los decisores de las políticas económicas que afectan a España están mal alineados con los intereses de España. Es un problema de la democracia, y lo que estamos viendo, consecuentemente, es un desprestigio ante los ciudadanos de un sistema que perciben de un modo más o menos explícito que no responde a sus necesidades e incluso que últimamente va en contra de sus intereses. El modelo se deslegitima a sí mismo y este proceso, que se acelera por momentos, en última instancia traerá exigencias de cambio radicales. La cuestión es si esos cambios llevarán a una verdadera democracia, más transparente, más directa y mejor o llevarán a otra cosa. Y también cuál va a ser el coste en deterioro de la economía, en destrucción del Estado del Bienestar, en recorte de las perspectivas para los jóvenes y en vidas humanas.

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